Alguna vez escribí que de tanto temerle a la muerte me había olvidado de lo que era vivir.
Esta reflexión me ha impulsado durante los últimos años a vivir mucho más concientemente, con menos piloto automático. Sin embargo, en este último tiempo he comenzado a tener una percepción distinta de la vida y la muerte y ahora tengo una nueva visión y actitud ante ambas.
Soy la primera agradecida de la vida que me ha sido otorgada por esta fuerza creadora primal. Cuando me reconozco mis dedos, mis uñas, mi nariz, cuando muevo mi brazo, cuando sonrío y cuando lloro, agradezco la vida. Cuando siento el beso de mi hijo en la mejilla, cuando veo sus ojos sorprendidos, cuando estoy en el atardecer anaranjado, también agradezco y reconozco la vida, intensa, grande, majestuosa, magnífica¡
La muerte no había aparecido muy frecuentemente en mis pensamientos y cuando lo hacía ya no me producía emociones de miedo o rabia como antaño, sólo aceptación en paz de un hecho cierto.
Sin embargo, en mis prácticas de experiencia en estados de expansión de conciencia, he logrado reconocer o atisbar para ser más precisa y no ser tan presuntuosa, un estado de mi Ser en el cual no existe tiempo, ni espacio, y aquí no hay percepción de la vida como la sentimos en un estado de conciencia ordinario y la sensación de la muerte parece lo mismo. En algunas meditaciones aparece la misma fenomenología. Estas experiencias me han llevado a reflexionar sobre esta polaridad de la vida y la muerte y a mirarlas como una sola experiencia.
Junto a este tipo de experiencias, le sumo la siguiente reflexión:
La primera vida en la tierra fueron las células procariontes, que viven por millones de años, incluso hasta ahora (bacterias) y pareciera que no mueren a no ser que se las destruya.
Si nuestra percepción del mundo no está tan clara de qué depende, porque nuestra biología muchas veces parece ser ciega de nuestra experiencia de la realidad. Mi maestro Humberto Maturana nos decía que desde la biología no podíamos distinguir realidad de ilusión, que el cuerpo percibía cosas que al final no eran reales, como cuando reconocemos en la otra esquina a un antiguo amor y nuestro corazón nos zapatea, pero cuando nos acercamos nos damos cuenta que no era ese sujeto por quien palpitaba en antaño nuestro corazón, pero el corazón igual se agitó.
Otro ejemplo, producto de los actuales experimentos científicos señalan que los lugares donde se activa nuestro cerebro son los mismos que cuando percibimos la manzana viéndola con ojos abiertos, que cuando la imaginamos. Sin embargo todos percibimos o sabemos por la experiencia en primera persona, la diferencia entre ver la manzana e imaginarla. Si nuestra biología no logra distinguir ilusión de realidad, pero “alguien”, “algo” o lo que llamamos “yo” fuera del ámbito biológico, sí lo logra. Entonces no podríamos preguntarnos si esto de la vida o la muerte no es otro juego más inventado por nosotros mismos?
En el estado sutil de la meditación, muchas veces nos encontramos en la no emoción, en el estado sin palabras, porque ninguna palabra es acertada ni suficiente para describir el fenómeno y ahí no hay vida ni muerte, sólo se ES, sin gravedad.
Si nuestra propia experiencia nos permite saborear este estado que no es de vida como la experimentamos, ni de muerte y por otra parte nuestra biología no nos ayuda a distinguir realidad de ilisuón. ¿por qué es que hemos hecho la distinción de ambas? O ¿para qué? ¿ no será que el que distingue finalmente al viejo amor es otro (que no sabemos donde está, pero sabemos que siempre está) y nada tiene que ver con el cuerpo y nuestra biología? Y claro me surgen nuevas preguntas, ¿para qué el cuerpo?
Jacqueline Valenzuela
Friday, October 20, 2006
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