Por: Angélica López
Leyendo lo que Jacqueline escribió acerca de del Ser Humano Completo, pensaba ¿por qué el niño es capaz de estar en el juego en estas cuatro dimensiones nuestro cuerpo, mente, corazón y espíritu. ¿Qué vamos olvidando al crecer que nos es tan difícil estar aquí, ahora, viviendo y disfrutando este juego de la vida en conexión espiritual?
Me acordé de un libro de un médico oncólogo Australiano, Roger Cole, dedicado a ejercer la medicina desde el amor y la espiritualidad. El preguntaba ¿qué es lo que hace que un bebé o un cachorrito de alguna especie nos cautiven el corazón? la respuesta que recibía de las personas que asistían a sus seminarios, de sus pacientes y familiares de éstos era universalmente ; la inocencia.
Todos nacimos así, inocentes. Nuestro estado de ánimo podría decirse es una conciencia de “espíritu”. Somos inocentes y al mismo tiempo ignorantes del mundo. No sabemos nada sobre el cuerpo, ni sobre las relaciones con el mundo o con otros. Diferentes experiencias nos van haciendo olvidar esta inocencia que traemos, esta pureza de espíritu que somos y a medida que crecemos vamos desarrollando conciencia del cuerpo y del ego.
En este mismo libro leía un ejemplo de una situación bastante común: “Había dos niños pequeños, como de dos años jugando en un parque, mientras sus madres conversaban. Cuando era tiempo de irse, las mamás les sugirieron que se tomaran de las manos. La niña alegremente le tomó la mano al niñito, quién bruscamente le dio un tirón y la botó al suelo. No se había hecho daño físico pero lloraba inconsolable. El niño fue reprendido por su madre, mientras consolaban a la niña. Cuando estaban más tranquilos la madre le volvió a pedir al niño que le tomara la mano a la niña. Entonces, él “inocentemente” le extendió su mano. La niña retrocedió y colocó sus manos detrás de la espalda; había aprendido a tener miedo, había experimentado la traición, no estaba deseosa de confiar y creyó conveniente protegerse. Ya no era inocente como lo había sido antes del incidente. En su mente quedó marcada una pequeña impresión de duda, sobre sus relaciones y en su carácter se acumuló una pequeña capa que marcaba haber estado a la defensiva.
Todos pasamos por distintas experiencias de dolor físico, mental o emocional, tarde o temprano. Nuestro ser original se modifica con la experiencia mientras en nosotros se van depositando capas de defensas y retiramos nuestra confianza y franqueza, la inocencia va perdiéndose. Vamos tomando conciencia de nuestro cuerpo, nos pensamos como seres solamente físicos, adoptando una identidad que se refleja en un nombre y una forma corporal. Esa identidad se torna cada vez más compleja. Y con esa identidad desarrollamos la individualidad, y con esta los deseos de tener auto gratificación lo que nos hace cada vez más dependientes, creando necesidades en expansión. También nos volvemos más temerosos porque nos pueden privar de lo que tenemos o de que nuestros deseos no se cumplan.
Como todo a nuestro alrededor está sujeto a cambios, nuestra paz, alegría y felicidad están constantemente amenazadas. Y junto con olvidar nuestra inocencia perdemos la franqueza, la confianza y la vulnerabilidad.
Sin embargo está inocencia no desaparece, sólo permanece oculta en nuestro interior, mientras experimentamos la vida. La Práctica de vida Integral, nos ayuda a recuperar la inocencia (la confianza, la vulnerabilidad) y volver a la conexión espiritual. Al mismo tiempo que desarrollar más nuestra conexión mental, emocional. Nos ayuda a ir siendo y viviendo como un ser Humano único, completo, Integrado.
Me acordé de un libro de un médico oncólogo Australiano, Roger Cole, dedicado a ejercer la medicina desde el amor y la espiritualidad. El preguntaba ¿qué es lo que hace que un bebé o un cachorrito de alguna especie nos cautiven el corazón? la respuesta que recibía de las personas que asistían a sus seminarios, de sus pacientes y familiares de éstos era universalmente ; la inocencia.
Todos nacimos así, inocentes. Nuestro estado de ánimo podría decirse es una conciencia de “espíritu”. Somos inocentes y al mismo tiempo ignorantes del mundo. No sabemos nada sobre el cuerpo, ni sobre las relaciones con el mundo o con otros. Diferentes experiencias nos van haciendo olvidar esta inocencia que traemos, esta pureza de espíritu que somos y a medida que crecemos vamos desarrollando conciencia del cuerpo y del ego.
En este mismo libro leía un ejemplo de una situación bastante común: “Había dos niños pequeños, como de dos años jugando en un parque, mientras sus madres conversaban. Cuando era tiempo de irse, las mamás les sugirieron que se tomaran de las manos. La niña alegremente le tomó la mano al niñito, quién bruscamente le dio un tirón y la botó al suelo. No se había hecho daño físico pero lloraba inconsolable. El niño fue reprendido por su madre, mientras consolaban a la niña. Cuando estaban más tranquilos la madre le volvió a pedir al niño que le tomara la mano a la niña. Entonces, él “inocentemente” le extendió su mano. La niña retrocedió y colocó sus manos detrás de la espalda; había aprendido a tener miedo, había experimentado la traición, no estaba deseosa de confiar y creyó conveniente protegerse. Ya no era inocente como lo había sido antes del incidente. En su mente quedó marcada una pequeña impresión de duda, sobre sus relaciones y en su carácter se acumuló una pequeña capa que marcaba haber estado a la defensiva.
Todos pasamos por distintas experiencias de dolor físico, mental o emocional, tarde o temprano. Nuestro ser original se modifica con la experiencia mientras en nosotros se van depositando capas de defensas y retiramos nuestra confianza y franqueza, la inocencia va perdiéndose. Vamos tomando conciencia de nuestro cuerpo, nos pensamos como seres solamente físicos, adoptando una identidad que se refleja en un nombre y una forma corporal. Esa identidad se torna cada vez más compleja. Y con esa identidad desarrollamos la individualidad, y con esta los deseos de tener auto gratificación lo que nos hace cada vez más dependientes, creando necesidades en expansión. También nos volvemos más temerosos porque nos pueden privar de lo que tenemos o de que nuestros deseos no se cumplan.
Como todo a nuestro alrededor está sujeto a cambios, nuestra paz, alegría y felicidad están constantemente amenazadas. Y junto con olvidar nuestra inocencia perdemos la franqueza, la confianza y la vulnerabilidad.
Sin embargo está inocencia no desaparece, sólo permanece oculta en nuestro interior, mientras experimentamos la vida. La Práctica de vida Integral, nos ayuda a recuperar la inocencia (la confianza, la vulnerabilidad) y volver a la conexión espiritual. Al mismo tiempo que desarrollar más nuestra conexión mental, emocional. Nos ayuda a ir siendo y viviendo como un ser Humano único, completo, Integrado.
1 comment:
Podría interpretar entonces que la inocencia del niño se debe a que carece de experiencias y conocimiento y, por lo tanto, de expectativas. Está abierto a lo que le venga, sin expectativas o con muy pocas comparativamente a un adulto. ¿Es posible entonces, que si renuncio a mis expectativas, a querer que las cosas sean o pasen, a mi ilusión de control, pueda recuperar mi inocencia?
Un abrazo,
Günther
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